El agua es una sustancia vital en un sentido muy amplio. En definitiva, el agua es la base de la salud, pero también del desarrollo social y económico para las comunidades humanas. Sin unas condiciones mínimas de salubridad, el agua pasa de ser un beneficio a convertirse en un auténtico problema.
En la actualidad, casi el 20 por ciento de la población mundial no tiene acceso a fuentes de agua seguras con las que beber un agua potable, lo que significa la alarmante cantidad de 1.100 millones de personas, casi la población de la China continental.
Además, todavía hoy hay más de 2.400 millones de personas no disponen de sistemas de saneamiento eficaces en los países menos desarrollados, lo que representa que alrededor de 2.200 millones de personas en el planeta sufren problemas de salud asociados a la baja calidad del agua, es decir, a un saneamiento inadecuado que reduce la potabilidad del agua.
Todas estas personas consumen, por lo tanto un agua que no está en condiciones y que de la misma forma contamina los alimentos y transfiere al organismo los agentes contaminantes disueltos en ella.
Asimismo, organismos internacionales de la salud como la OMS (Organización Mundial de la Salud) y algunas ONG consideran que, en la actualidad, la mitad de los sistemas utilizados para suministrar agua en las regiones del mundo más desfavorecidas sufren fugas de caudal y otros problemas que generan irregularidades en el servicio, un hecho que repercute de manera indirecta en la salud de las poblaciones que dependen de esta agua.
Sin embargo, el agua que se sumistra para atender las necesidades de los ciudadanos en Occidente es un recurso estable, de calidad y seguro que garantiza a las poblaciones de este lado del mundo las bases de su desarrollo económico y social.
Imagen cortesía de africa
