El comportamiento del agua en su estado líquido como fluido y en su estado sólido como hielo tiene un único responsable, los denominados puentes de hidrógeno. Los puentes de hidrógeno que se forman en la molécula de agua son unos enlaces muy peculiares que se establecen entre las moléculas de agua que forman el fluido y que le dan consistencia, así como resistencia a los cambios físicos.
Así, cuando el agua se enfría, aumenta su densidad debido a que el movimiento de las moléculas se ralentiza. Sin embargo, este proceso se detiene cuando el agua alcanza o disminuye de los cuatro grados centígrados positivos. Es en ese momento, los puentes de hidrógeno de la trama del agua empiezan a formar cristales, preámbulo del proceso de congelación.
Con la constitución de estos sólidos puentes de hidrógeno, la densidad se reduce y el agua, ya en forma de hielo, se vuelve más ligera, de forma que el hielo puede flotar. Los bloques de hielo de agua dulce y los témpanos son un ejemplo evidente de esa flotabilidad propiciada por dichos puentes de hidrógeno.
Asimismo, es curioso ver que cuando el hielo se funde, los puentes de hidrógeno se rompen, pero el calor necesario para conseguirlo no se extrae de su quimica, sino que se absorbe de su entorno inmediato, justo lo contrario de lo que ocurre cuando el agua líquida se convierte en sólida, por congelación.
Así, al beber agua, estos puentes de hidrógeno no se rompen en ningún momento, desde la ingesta hasta la excreción del líquido.