Una manta llamada agua


Una de las peculiaridades de ese fluido tan común que llamamos agua es su capacidad aislante, derivada de su calor específico.

De la misma manera que las mantas mantienen el calor corporal de las personas que se cubren con ellas, el agua puede funcionar de manera parecida tanto en entornos naturales reducidos como, de forma sorprendente, en espacios tan grandes como el mundo entero.

El agua congelada adopta superficies lisas de extensión variable, parecidas a una manta, cuando se congela y se instala como una película sobre masas de agua dulce o de agua salada. El hielo aisla y protege de temperaturas extremas a la fauna y la flora que habita bajo ellas, en lagos o en mares abiertos o cerrados.

Cuando se congela el agua es menos densa que en estado líquido, de forma que se vuelve más ligera y flota. Esta densidad variable al cambiar de estado permite la formación de estos témpanos o estas películas de hielo protectoras que quedan flotando en la superficie.

De forma análoga, el agua también forma manta cuando constituye nubes de vapor de agua, y mantiene así el calor de la tierra, evitando que se disipe a la atmósfera.

Resulta paradójico que hielo y vapor de agua, una estructura sólida y otra gaseosa, ambas muy débiles, formen parte del sistema que confiera estabilidad en temperaturas en el planeta y constituyan uno de los mecanismos que alientan y mantienen la vida en la tierra.